miércoles, 27 de agosto de 2008

El Imperio del caucho.


Este artículo fue difundido el Jueves 23 octubre del 2003 en el programa radial Panorama de la Cámara Nacional de Radio (CANARA)

Nadie se acuerda hoy de Fordilandia.
Pero hace más de medio siglo, era un enclave en la selva amazónica, de la mitad del tamaño de Costa Rica.
Pero mejor, empecemos por el principio...
Los indios siempre habían utilizado la savia del árbol del caucho o “hevea”, para rellenar los agujeros de sus piraguas y para hacer bolas de juguete que rebotaban contra el suelo. Pero esa savia blanca o látex, se endurecía o quebraba, según la temperatura.
Charles Goodyear, a mediados del siglo diecinueve, descubrió que al agregarle azufre, el látex se convierte en un material estable; elástico, pero sólido.
Y después; Dunlop y Michelin perfeccionan las llantas de caucho inflado con aire, lo que aseguró el mercado mundial para el caucho brasileño.
Hasta que los ingleses rompen el monopolio brasileño, robándose semillas que enviarán a germinar a Ceilán y Singapur.
En Brasil, la explotación de trescientos millones de árboles de caucho dependía de los serengueiros, quienes vivían en espantosas condiciones en la selva, ordeñando la savia milagrosa.
Mientras en Manaos, capital de la amazonía, la gente manda la ropa a lavar a Portugal, se construye un palacio de opera en mármol, las prostitutas venían desde Rusia y África, y los caballos beben champaña.
Pero el mundo desarrollado necesita cada vez más caucho, y a comienzos del siglo veinte, se intenta cultivar la hevea en África, sin éxito.
Será Henry Ford, cuyos millones de automóviles dependen del caucho para rodar, quien asumirá el desafío de adaptar el caucho al sistema de plantaciones.
¿Y como se relacionan la guerra, el caucho y la herrumbre? Y sobre todo, ¿qué tiene que ver Costa Rica en esta historia?
En los años veintes, Henry Ford, cuyos automóviles modelo T necesitaban millones de llantas al año, compró veinticinco mil kilómetros de selva brasileña,y trae desde Estados Unidos una ciudad completa, con calles de ladrillo, escuelas, iglesias, canchas de tenis, y por supuesto, obreros y técnicos. Esa ciudad se llamó Fordilandia. Allí se prohíbe beber alcohol, armar pleitos, y se vivió igual que en Detroit.
Henry Ford incluso ofreció trabajo allí a los judíos expulsados de Alemania por los nazis.
Pero sus plantaciones de caucho fueron arrasadas por un hongo, el Microcyclus ulei, conocido como el herrumbre de Sudamérica.
Ford incluso trajo plantas de caucho del Asia, consiguió una segunda concesión, mas grande aún, y solo consiguió que el hongo crezca mas rápido.
En resumen, nunca producirá caucho suficiente para independizarse de los ingleses, y a finales de los años treinta, abandona el proyecto.
Pero al comenzar la segunda guerra mundial, los japoneses capturan las plantaciones inglesas en Asia, y el caucho se convierte en materia estratégica.
El ejército de Estados Unidos envío una expedición secreta de botánicos a Fordilandia, a buscar árboles de hevea bresilensis que se hayan salvado de la epidemia del hongo mortal.
Encuentran milagrosamente un grupo de árboles, y los llevan a un lugar seguro, en donde tratan de encontrar la cura contra el hongo.
Pero después de la guerra, Ford vendió su querida Fordilandia, que es una ciudad fantasma, perdiendo casi veinte millones de dólares.
¿Por qué fracasó Fordilandia?
Hoy sabemos que en la selva, los árboles de hevea nunca están juntos, por lo que el hongo rara vez pasa de un árbol infectado a uno sano. Pero en la plantación, el hongo pasaba de árbol en árbol hasta contagiarlos a todos.
Y por cierto, ese lugar secreto, donde pasaron la guerra los árboles de caucho, se llama Turrialba y está en Costa Rica.
Fuente: Michel Bradeau y periódico Le Monde.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente comentario.

Excelente informacion